25 de octubre de 2010

en bici

No me había atrevido aún a ir con mi bici nueva/vieja de la nouvelle vague -como la han llamado hoy- a la universidad. Mi cleta es antigua, negra, pesada, con cesta y mucho estilo. Y la cuestión es que el camino me parecía tortuoso y no sabía dónde iba a dejarla y con mi candado de juguete sabía que no iba a llegar lejos -yo no, pero el que la quisiera robar sí.- Pero un día de primavera feliz me encaminé hacia allá. Había un lugar maravilloso donde dejar las bicicletas, y un señor plenamente dedicado a ello. Me pregúntó la marca de la bicicleta -negra, sin marca- y me dio una maravillosa pegatina amarilla con un número para identificarla. Hablé con el señor bajito, simpático, de pelo blanco, de fisonomía bedel.

- Buenos días, señor! ¡Gracias!
- Buenos días, señorita. ¿Es española?
- Pues sí, señor.
- Ay, España, pues mu abuelo era español, de un lugar del norte (y bla bla bla...) ¿Y qué es lo que más echa de menos?
- La paella, ¡la verdad! Bueno y... (bla bla bla)
- ¡Nada importa! ¡Lo único importante aqui es que tienes un acento bonito!
- ... ¡gracias!

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