Hablaba con Antonio de lo maravilloso que sería ir a vivir a otro país,
buscando las ventajas de la inminente emigración. Hablábamos de nuestros
años de intercambio en universidades de otros lugares, de la
experiencia vital de conocer otras formas distintas de hacer y de
pensar.
Eran tiempos convulsos para mi salud mental cuando elegí mi destino de intercambio universitario. Quería irme lejos y sentirme cerca.
Eran tiempos convulsos para mi salud mental cuando elegí mi destino de intercambio universitario. Quería irme lejos y sentirme cerca.
A cada persona la idea de hogar se conforma en su cerebro
mediante distintas familias de pensamiento o universos. Ya sean de
cosas, de personas, de realidades. Es como un gran saco metafórico que
necesitamos para sentirnos en casa, pero que a veces es tan grande, que
hay que buscarlo allí donde vayamos. Ese gran saco metafórico de produce
a través de la materialización de nuestras necesidades -entendamos como
necesidad aquello que nos hace feliz-.
Mi lugar lejos-pero-cerca se llamó Sudamérica. Desde la distancia de un océano, parecía que podía cumplir con mi saco de exigencias, con todo ese atrezzo vital necesario, que en mi caso se fundamenta en las palabras. La poesía, las ideas, el teatro, las palabras...
Mi lugar lejos-pero-cerca se llamó Sudamérica. Desde la distancia de un océano, parecía que podía cumplir con mi saco de exigencias, con todo ese atrezzo vital necesario, que en mi caso se fundamenta en las palabras. La poesía, las ideas, el teatro, las palabras...
Como somos capaces
de pensar, es como hablamos y es como vivimos. Si tu capacidad de
expresarte se merma, tu capacidad relacional y de pensamiento será
mermada también. El hecho de compartir idioma, para mi resultó
fundamental en la decisión. Al menos a corto plazo, dejarme sin palabras
era como dejarme sin pies y sin cabeza.
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