10 de mayo de 2011

de don Rigoberto y +

"Sin pensarlo, en un acto mecánico, se desanudó el cinturón y ayudándose con un movimiento de los hombros se despojó de la bata; la seda se deslizó sobre su cuerpo como una caricia y cayó al suelo, sibilante. Achatada y redonda, la bata le cubría los empeines como una flor gigante. Sin saber qué hacía ni qué iba a hacer, respirando ansiosa, sus pies franquearon la frontera de la ropa que los circuía y la llevaron al bidé, donde, luego de bajarse el calzoncito de ancaje, se sentó. ¿Qué hacía? ¿Qué ibas a hacer, Lucrecia? No sonreía. Trataba de aspirar y expulsar aire con más calma mientras sus manos, independientes, abrían las llaves de la regadera, la caliente, la fría, las medían, las mezclaban, las graduaban, subían, o bajaban el surtidor tibio, ardiente, frío, fresco, débil, impetuoso, saltarín. Su cuerpo inferior de adelantaba, retrocedía, se ladeaba a derecha, a izquierda, hasta encontrar la colocación debida. Ahí. Un estremecimiento corrió por su espina dorsal. Tal vez ni se daba cuenta, tal vez lo hacía porque sí , se repetía, compadecida por ese niño al que había maldecido tanto estos últimos seis meses.Tal vez no era malo, tal vez no. Travieso malicioso agrandado, irresponsable, mil cosas más. Pero malvado no. Tal vez no. Los pensamientos reventaban en su mente como las burbujas de una olla que hierve. [...] Las imágens iban y venían, se diluían, se alteraban, entreveraban, sucedían y era como si la caricia líquida del ágil surtidor llegara a su alma."

No hay comentarios: